La pesca del bonito
Autoría: Herminia Pernas Oroza.
En los años veinte del pasado siglo llegaron los marineros vascos a la costa mariñana, en lanchas de vela y a remo, más grandes que las locales, y que los marineros de Burela denominaron “ marracanas”. Con ellas pescaban bonito y enseñaron a nuestros marineros este arte.
Tal fue así, que los marineros de Burela le dedicaron la primera costera al bonito en verano de 1924. Los barcos boniteiros habían sido construidos en los puertos vecinos de San Ciprián y Foz o bien en el País Vasco ( Motrico y Zumaya). La captura del bonito (pescado que migra desde las Islas Azores y sigue la Corriente del Golfo hasta Irlanda durante los meses de mayo-junio hasta septiembre-octubre) se hacía mediante el empleo de artes tradicionales como el curricán y el cebo vivo.
En la pesca al curricán o cacea no se emplea ningún tipo de redes, sino que se recurre al típico anzuelo, arrastrado por la superficie del mar y colgado en una serie de líneas. Los anzuelos llevan unos adornos que hacen la función de cebo. Antiguamente, estos “adornos” consistían en un trozo de tela de color azul o rojo, cubierta con una hoja de maíz rizada (rayada) formando una especie de escobilla con multitud de cerdas, que, al desplazarse por el mar parecían los movimientos de un pescado pequeño. En la actualidad, este material natural fue sustituido por pulpitos de plástico de diferentes colores (invento japonés?), que consiguen su objetivo de una forma más eficaz. Los anzuelos están fijados a unos hilos de metal llamados líneas, dado que la fuerza y el peso de los bonitos requieren una resistencia considerable del material. Antiguamente, en vez de metal se utilizaban líneas de alambre?. Como cañas se emplean dos varas de eucalipto, de unos dieciocho o veinte metros de longitud, abiertas en abanico y con una inclinación sobre la borda del barco de aproximadamente 20 grados. Cada vara lleva cinco líneas y van ubicadas una a cada costado del barco y una tercera a popa. Una vez largados los curricanes, los anzuelos saltan en la superficie del agua llamando la atención de los túnidos. Son estas varas las que dotan a los barcos boniteros de una apariencia característica. La segunda manera de pescar bonito es con cebo vivo y se llama al “ tanquedo” o “al tanque”, y también “a los viveros”. Para esta modalidad los barcos disponen de viveros (tanques) en los que conservan vivo el cebo empleado en las capturas, que es normalmente chicharrillo, parrocha, bocarte o paparda, capturados a su vez con una red de cerco.
En este arte, primero hay que procurar la carnada yendo donde la haya, normalmente en las playas de Francia (Burdeos). Una vez en el banco de pescado, se hacen largues de red que después se halaban a mano cuando no había haladores hidráulicos; y mientras no estén llenos los viveros con agua del mar no se paraba, aunque se pasara en este oficio noche y día. Los viveros son unos tanques grandes de aluminio en los que se cambia a destajo el agua del mar, y allí se mete vivo el pescado pequeño con los esquieiros o zalabardos, directamente desde la red.
Una vez que se da con el pescado que está repartido en una zona muy grande en medio del mar, la suerte es ver una trolleira donde salte cuando come una mancha de camarón o paparda, la fuerza de buena vista e instinto, o también cuando lo marca la sonda. En los bancos de bonito están por lo regular todos los pesqueros del Cantábrico, en su mayoría vascos y gallegos, algunos asturianos de Cudillero y santanderinos.
Con este sistema, el barco está parado y los marineros disponen de cañas con una longitud de entre dos y cinco metros. Cuando aferran bonitos (en alguna de las varas zorras de proa o en las líneas de popa) el barco gira de rapidamente y se comienza a echar al mar puñados de pescados vivos de los viveros hasta que se siente mover y aboyar el bonito. Se usa entonces un sistema de riego que hace una especie de ducha de agua en el costado, lo cual deja una cortina de niebla y vapor para que el pescado no vea la línea del anzuelo, que se hace casi invisible debido a los chorros de agua lanzados. Cada marinero va a su caña. Para cada dos cañas hay un ganchero en medio, que tiene que ser muy certero porque si cae un bonito al mar, se acabó el chollo.
Los chicos del barco andan a correr con la carnada en un caldero para echarla en las cazoletas con agua a cada cañero para que se sirvan y encarnen en los anzuelos. Además, tienen que sacar la carnada de los viveros con unas jaulas de red como nasas para servir al engadador, que es el que echa el cebo vivo al mar para engañar al pescado y acostumbrarlo a que coma. Los otros pececillos ya van en los amozuelos y esos son los que traen el pescado aferrado.
El bonito está como ciego y come a lo loco con voracidad, de manera que hay paradas en que se llegan a dar muerte más de quinientos. El pescado se va amontonando entre el carel y el equipo hasta llenar el callejón y las encajonadas. Después se pasa de hombre a hombre a los cajones de proa, donde se baldea. De allí se lleva a la nevera donde se guarda entre el hielo en unos compartimentos hechos con tablas cortas de madera que se llaman fondos.
Las principales ventajas de la cacea o del cebo vivo son la especificad de las capturas, es decir, no se daña ni por asomo a las especies ni se pescan pescados de menor tamaño del que se pretende capturar, y también destaca el respeto de los fondos marinos, que no sufren ningún tipo de alteración, ya que esta pesca se realiza cerca de la superficie.
El contraste con las artes que utilizan mallas a la deriva es enorme. Este otro tipo de pesca está representado principalmente por las volantas de deriva, que no hacen distinción entre especies y, como resultado, capturan todo tipo de animales marinos. También dañan de forma irreversible los fondos sobre los que se arrastra la red. Además, el bonito capturado de este modo resulta de menor calidad, ya que fue dañado por las mallas de la red en la que cayó. ES por eso que se decidió dotar a las capturas realizadas por medio de la cacea de un distintivo que acredita el respeto al medio ambiente y la calidad del producto.
Antaño, la llegada de los barcos a puerto se hacía con mucha frecuencia puesto que carecían de neveras, que no se incorporarían hasta el año 1940. Se andaba pues, “al día”, tanto en el bonito como en el arrastre, depositando el pescado capturado en la cubierta. De esta forma, la pesca que no se vendía en el momento, quedaba para consumo propio o se destinaba para abonar las tierras, resultando muy mal aprovechado el trabajo del marinero. Una vez instaladas las neveras, había que proveerse de hielo en Celeiro, en Ribadeo, en A Coruña o en distintos puertos asturianos. En un primero momento el hielo venía en barras siendo necesaria su molturación con una máquina pero en seguida se pasó a suministrar picado.