Burela Labrega

Autoría: Herminia Pernas Oroza.

 

BURELA: cuando el mar se asombró de ver tanto caserío marinero.

Es muy difícil hacer la distinción en Galicia entre lo rural y lo urbano, tanto es así que los historiadores hablan de ciudades de labradores y huertas de obreros. Pensemos por ejemplo en la capital de Galicia, Santiago de Compostela o en Mondoñedo; en las dos ciudades las ferias periódicas se celebraban en la Alameda, y los carros de bueyes podían verse “aparcados” en las calles más céntricas; sin olvidar el estrecho contacto que la población rural mantenía con la urbana, plasmado en el ir y venir cotidiano de los campesinos para vender sus productos (leche y productos de huerta), del que resultaba un tráfico comercial muy importante cuya interrupción o corte dejaba a la ciudad desabastecida de víveres.

¿Y que pasa con los animales? ¿hay o no hay ganado en las ciudades? Sí que lo hay, y sobre todo el cerdo, considerado como el recurso económico más importante del labrador: el cochino que hurga por el corral en amistosa camaradería con las gallinas. Un cerdo es una pequeña fortuna porque todo en él es aprovechable. Pero no es solo privativo del medio rural sino que a comienzos del siglo XX la abundancia de cerdos era una característica de la ciudad de Santiago (no encontrada en ninguno otro lugar), según dejó constancia la inglesa Annette Meakin (quien en 1908 viajó por Galicia y dejó constancia de sus impresiones en un libro célebre en su género –libros de viajes- publicado en 1909 y titulado Galicia, la Suiza española o Galicia, the Switzerland of Spain).

Viven entre nosotros, mismo en nuestras mejores calles. Hay ahora dos cerdos viviendo con una familia en el segundo piso en la calle principal de la ciudad, cerca de nuestras mejores tiendas; un delgado tabique separa su sitio por la noche del dormitorio de los niños. Nuestras calles están llenas de cerdos; es terrible. Cuando le mencioné el asunto a la señora de la pensión, ella contestó: sí, es bastante cierto; pero tenemos otros animales a parte de los cerdos: en el segundo piso de la casa que usted ve desde vuestra ventana hay dos cabritas nuevas como miembros de la familia.

Entonces, si no podemos diferenciar claramente el medio urbano del rural, ya no nos extraña encontrar casas de labranza en el medio rural costero, surgiendo así la pregunta de si Burela es labradora o marinera.

En nuestro caso hay que contestar que primero fue la tierra y luego el mar. El segundo le pidió a la primera medios para poder prosperar, la tierra se los dio y Burela progresó. El mar levantó Burela pero la base de su riqueza hay que buscarla en la tierra: a mediados del siglo XIX se cultivaba trigo, centeno, maíz, alubias, lino, cáñamo, cebada, patatas, legumbres y un poco de vino (este último hasta que la filoxera secó todas las cepas a partir de 1870). Destacaba también el ganado vacuno y el caballar cruzado, y por último, algunas colmenas. Había también dos molinos y muchos telares en los que se elaboraba lienzo, estopa, sayal, picote y mantelería.

En 1898 la parroquia de Burela contaba con 619 habitantes de los que el padrón municipal del dicho año recoge las profesiones del cabeza de familia, que son: 103 jornaleros, 48 labradores, y 6 marineros.

Otro inglés, F. G. Aubrey Bell, dice así en su libro de viaje (Galicia vista por un inglés, 1ª edición en 1922):

Es el mar lo que le de la un carácter mágico al paseo hasta Viveiro (desde Ribadeo) en el pequeño autobús del que se hace cargo, sonriendo aún, el Repatriado (un nombre que se le dio cuando volvió de Cuba, como si fuera el único emigrante que retornó), después de que el autobús jubilara a su diligencia tras veinte años de servicio. Se pasa enseguida Foz con su ría preciosa y pequeña de Cangas, a través de campos de maíz y pinares, a la derecha preciosas ensenadas de arena y cons y un mar de nieve y turquesa con pequeños islotes de roca negra. Después vienen las villas de Cervo y Xove y la villa pesquera de Celeiro, grande y gris (…)”.1

Hablaba este autor inglés de campos de maíz a comienzos del siglo XX, y así continuaron hasta mediados de siglo: los miaizales llegaban hasta la costa, las casas de los marineros eran cortijos de labradores, las lanchas solían dormir debajo de los hórreos, e incluso la misma mano que preparaba las redes hacía también los surco con el arado.

En palabras del nuestro Cunqueiro, la vaca muge cuando el amo se hace a la mar, y el pitido de la motora saluda al maíz exuberante, padre del pan de maíz, compañero luego de la sardina, que por San Xoán moja el pan. Y el marinero que va a la mar, siente su orgullo campesino cuando canta este cantar:

Anque che son mariñeiro, Aunque soy marinero
Anque che son mariñán, Aunque soy mariñán
Anque che son mariñeiro, Aunque soy marinero
Levo a aguillada na man. Llevo la aguijada en la mano

Como en tiempo de invernada no se podía salir a la mar, todos los marineros y también los armadores, trabajaban la tierra y tenían un cierto número de cabezas de ganado. Muchos se dedicaban a cavar las raíces de los pinos para convertirlos en astillas, es decir, se sacaba leña de debajo de la tierra porque de otra no había. Luego, el monte escaseaba a favor del labradío y la leña se precisaba para quemar.

Casi todo el mundo tenía una pequeña huerta al pie de casa, y era normal que se labraran entre 25 y 30 ferrados, bien ajenos o la mitad o algo menos, de la casa. Partiendo de este supuesto, sobre 1931 había que distinguir en esta parroquia, entre:

  1. Hacendados o rentistas: Ramón Basanta, Basilio Gómez, Ramón Baltar y Bautista Casariego.

  2. Labradores importantes que labraban las tierras propias: Manuel García, José Río y Ramón Vispo.

  3. Labradores importantes pero menos, porque no todas las tierras que cultivaban eran de su propiedad: Ramón Castro, Vicente Oroza ...

  4. Luego estaban los labradores a secas

  5. Y ya por último, los llamados bodegueros o caseteros, jornaleros agrícolas, sin nada suyo y con el deber de trabajar como obreros del campo allí donde eran requeridos.

Hace falta ahora la descripción de una casa de labranza burelesa, situada en la Villa del Medio, por lo tanto, en medio rural costero, como así lo demostraba la profesión del cabeza de familia: rulero. Sin embargo, estaba enclavada muy lejos del puerto, en la parte más alta de la parroquia y a pocos metros del monte. Contaba la casa con tres altos, en la planta baja estaban las cuadras, separadas por una puerta de la cocina; en el piso principal se disponían los cuartos, abiertos a un espacio central que hacía de comedor, y en el piso superior, el desván. Entre las construcciones adjetivas figuraban el horno, un hórreo, un alpendre para guardar el carro y los demás aperos de labranza, un pozo y la era donde se hacía la trilla. La hacienda estaba compuesta por cuatro vacas, dos cerdos, dos ovejas y una burra, además del ganado menudo: gallinas, pollos y conejos, todos al cuidado del perro palleirán que nunca faltó en la casa.

Artículo publicado en “ÉL Progreso” en 2011:

LA ROMERÍA DEL MONTE CASTELO COMO RECUERDO DE LA BURELA AGRÍCOLA Y GANADERA

Por todos es conocido el significado de la palabra romería así que no nos vamos a detener en esta cuestión sino en el contenido histórico que guarda esta nuestra romería y que enlaza con una Burela que fue labradora antes de ser marinera. El mar levantó esta villa pero la base de su riqueza hay que buscarla en la tierra. Por eso no es extraño que abundasen las casas de labranza en un medio rural costero y que nuestros marineros supieran manejar igual de bien tanto las redes como el arado y la aguijada.

A comienzos del siglo XX, un viajero inglés ( F. G. Aubrey Bell) escribió en su libro de viaje, acerca de esta zona, que abundaban los campos de maíz y los pinos, llegando hasta la misma costa. Maíz, centeno y nabos constituían la tríada protagonista del campo burelés en el siglo XVIII. El trigo tampoco era desconocido y fue ganando tierras poco a poco. Otro lugar destacado lo ocupaba el viñedo, pero la producción decae en el siglo XIX debido a la enfermedad de la filoxera, que secó prácticamente todas las cepas de la comarca vivariense hacia 1870. Por el contrario, las patatas fueron las grandes olvidadas por los campesinos a lo largo del siglo XVIII y la causa fue que en las parroquias litorales predominaba la rotación ternaria arriba señalada, y las patatas, en caso de entrar, tendrían que desplazar a un cereal, de ahí, la escasa atención que se les prestó.

Labradores y marineros poseían un calendario de por sí: el trigo y el centeno se labraban entre los meses de noviembre y enero, y las patatas en marzo y abril; el maíz y las alubias se echaban por San Isidro mientras que la llegada del verano significaba siega, cosecha de patatas ytrillas. Por San Bartolo se plantaban los nabos y en otoño se cogía el maíz. Las mejores tierras se reservaban para el trigo mientras que las más pobres quedaban para las patatas; pero todas se abonaban con la algas de la ribera, acarreada a cestos desde Portelo y Ril.

Hablar del término labrador no es fácil porque esconde en su interior una gran diversidad: en los años treinta del pasado siglo se distinguían en esta parroquia, rentistas (Ramón Basanta, Basilio Gómez, Ramón Baltar y Bautista Casariego, labradores importantes que labraban sus propias tierras (Manuel García, José Río y Ramón Vispo), labradores importantes pero menos porque no todas las tierras que cultivaban eran de su propiedad (Ramón Castro, Vicente Oroza), luego venían los labradores que pagaban rentas y por último, los llamados bodegueros o caseteros, que trabajaban en las casas de los labradores fuertes. Pero no hay labrador sin ganado y en esta zona litoral predominaba la ganadería orientada al trabajo: a veces el campesino está sin vacas pero no sin bueys. Todos ellos eran alimentados durante el invierno a base de nabos, avena y paja y en verano se pastoreaban (tarea de chicos) por los bordes de las fincas, por la costa (“Figueira Mariña”, “Chao de Castro”, “Pena Guieira”) o en el monte (“Chao del Monte Castelo”). Al Castelo subían los labradores coger el matorral para el ganado, y luego con unas barandas hacían un “rastro” amarrándolas unas a las otras para colocarlo enzima y arrastrarlo monte abajo hasta el chao donde esperaba el carro o el burro para su transporte.

Hace falta finalizar refiriéndonos a la religiosidad labradora, quien aparte de poseer su propio santoral (Sano Antonio Abad, Sano Isidro) también tenían su representación en las fiestas patronales. Antiguamente, los portadores de San Juan en la procesión eran los labradores mientras que los marineros llevaban a la Virgen del Carme.

 


1  A.F.G. Bell, Galicia vista por un inglés, Galaxia, Vigo, 1944 (1ª edición en 1922), pp. 70-71.