Historia de Burela

Autoría: Herminia Pernas Oroza.

 

Prehistoria e Historia Antigua

De cara el siglo VIII a. C. se generaliza el castro como modelo de asentamiento en el noroeste peninsular expandiéndose posteriormente cara el norte. Los castros costeros de la comarca presentan características análogas: todos ellos se encuentran en un promontorio costero que avanza a modo de cabo hacia el mar. Sus viviendas solían ser de tipo circular, consiguiendo los muros una altura de aproximadamente dos metros; y van a pervivir hasta varios siglos después de la conquista romana, incluso algunos llegan hasta la Edad Media.

Sus habitantes se dedicaban básicamente a la ganadería (vacas, caballos, cabras, cerdos, etc.) que complementaban con la agricultura. Lógicamente, por su ubicación, los habitantes de estos castros pescaban y mariscaban.

Los especialistas se atreven a constatar una ocupación relativamente intensa en el litoral burelés, en una serie de asentamientos como son el castro del Cabo Burela, el castro de Chao de Castro y la Punta de Castrelo. Quizá obedecieran a la tipología de grandes castros o quizá no; lo cierto es que las interpretaciones varían. Una corriente historiográfica incluye a los castros costeros del norte peninsular dentro de un sistema de asentamiento de origen romana y de reubicación de poblaciones que quedaban diseminadas por el territorio en puntos concretos con el objetivo de explotar los recursos minerales. Otros autores mantienen que su origen es endógeno y radica en la Edad del Bronce.

Historia Burela

 

Edad Media

En el área de Castrelo, en concreto en la zona denominada A Limosa, se confirmó la existencia de una villa a mare, es decir, un establecimiento rural litoral vinculado al medio marino circundante, datado en la temprana Edad Media (siglo IV) aunque había podido estar levantado sobre un asentamiento romano del siglo I reutilizado su vez, de un posible castro anterior. Los achádegos apuntan la que esta villa a mare contaba con salas caldeadas mediante el sistema de hipocausto.

En el decurso del siglo XII tiene lugar una importante etapa de crecimiento económico y social en el área mindoniense; y en lo relativo a Burela, se constata la existencia de la iglesia de “Santa María de Burela” y también un “ villar”, producto de un proceso de ocupación y explotación del espacio periférico. Con estas dos últimas unidades poblacionales tenemos ya las cuatro unidades básicas que, andando el tiempo, configurarían los cuatro barrios característicos de Burela, y que siguiendo un orden cronológico son: villa, castillo, iglesia y el vilar.

 

En la segunda mitad del siglo XV tiene lugar otra alteración de la fisonomía del entorno con la construcción de una nueva edificación: la “casa-torre”, “casa fuerte” o “nueva fortaleza señorial”. Los estudiosos de la materia consideran que puede tratarse de una bajada al suelo de los antiguos recintos fortificados del alta Edad Media, construidos entre las “penas bravas y las colinas” y que ahora, en el nuevo período tardo-medieval, ya habían quedado obsoletos. ES muy probable que esa casa-torre de Burela de Cabo estuviera relacionada con el control y con la defensa del puerto y su actividad económica. Así pues, no parece ser casualidad que la primera referencia gráfica conocida del puerto burelés se date en 1466, en el portolano del cartógrafo italiano Grazioso Benincasa.

Dibujo de Xosé Antón García G.-Contento (CSIC- XuGa), Biblioteca del Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento.

Constatados los enclaves de Burela de Cabo y de Vilar, queda el entorno de la iglesia que fue creciendo a lo largo de los últimos siglos medievales hasta configurar otro núcleo de población que, debido a su localización entre los dos enclaves arriba señalados, recibió el nombre de “Villa del Medio”.

 

Edad Moderna

Burela fue una feligresía (bajo la advocación de Santa María) de jurisdicción eclesiástica (del cabildo mindoniense) durante toda la Edad Media hasta el siglo XVI, cuando la Corona (representada por el monarca Felipe II) compra esta parroquia, en 1593, para luego venderla a las casas señoriales de los Bolaño y Osorio, cuyos descendientes pelearon durante mucho tiempo (desde 1740 hasta 1770) por el derecho al título del señorío. Finalmente, una Real Orden del monarca Carlos III estableció un turno pacífico en dicho beneficio. Burela se había convertido así en un coto de señorío particular hasta la abolición de los señoríos jurisdiccionales en el siglo XIX.

A comienzos del siglo XVI el puerto posee ya un marcado carácter marinero con sus casas, casares y casetas de pescadores; testimoniándose a partir de 1527, la captura de ballenas. La grande importancia de la actividad ballenera se observa en la configuración de una infraestructura especializada: la atalaya, levantada en un lugar empinado y alto, que servía para que los pescadores pudieran divisar las ballenas que pasaban cerca de la costa, y también para registrar los vientos e incluso para la fortificación del puerto. La caza de ballenas se combinaba con la pesca costera de la sardina, por lo menos hasta finales del siglo XVII, cuando tuvo lugar la desaparición de los cetáceos de estas aguas. En este período, la villa de Burela ya se configuraba como un asentamiento unitario que respondía a la siguiente estructura polinuclear: Burela de Cabo, que era la sede del poder señorial, simbolizado en su torre; la Villa del Medio, que se convierte en el centro territorial y religioso; el Puerto, que irá canalizando poco a poco, la actividad productiva; y, finalmente, Vilar (el antiguo villar medieval), un enclave periférico que poseía las mismas características que Burela de Cabo; esto es, un pazo señorial, una explotación agropecuaria, dos molinos alimentados por el riachuelo de Pomeda y, por supuesto, el soto de Cinoche. He ahí los cuatro focos poblacionales que la red viaria se encargaría de unir andando el tiempo, con mayor o menor fortuna.

Conforme avanzaban los siglos de la Edad Moderna, comenzaba a darse una diversificación de funciones en el área portuaria donde vivían personas de distintos oficios destacando los labradores y artesanos. De este modo, en el año 1787 contaba la parroquia burelesa con 560 habitantes y 28 telares, que daban 3.096 varas de lienzo común y 1.049 de estopilla. Pero como esta producción no era suficiente para satisfacer la demanda local, apareció entonces la figura del comerciante o “traficante en lino" que era importado de Castilla. Parece que se trataba de labradores que, al volver de la cosecha en tierras castellanas, traían para sus localidades varios cargamentos de lino.

Y si nos fijamos ahora en los pescadores del área portuaria, cabe señalar que durante el siglo XVIII la pesca principal de los puertos mariñanos continuaba a ser la sardina, practicada con el arte de la manera. Se capturaban también otras especies como la merluza y el congrio y, en menor cantidad, la raya y el rodaballo. Sin embargo, en un informe de 1789 relativo a la pesca de la sardina en el puerto de Burela, se dice que no existen costeras regulares que den lugar al proceso de salado. Las causas eran, por un lado, que se trataba de un puerto situado en mar abierto (en lo más vivo de la costa) y, por otro, que la pesca solo se practicaba en verano, empleando como cebo ciertos pececillos denominados gueldo, que había que ir a buscar a las rías atlánticas o las playas lejanas.

No sucedía lo mismo con el congrio, el más afamado de la costa galaica según Cornide. Este pescado fue el protagonista de abundantes costeras, que sí posibilitaban su salado o, mejor dicho, su “ salpresado”, y de un importante comercio marítimo entre la Mariña y otros puertos de España y de Portugal. Por vía terrestre, arrieros y maragatos llegaban hasta Burela y San Ciprián para cargar las recuas de congrio curado con destino a los distintos mercados gallegos y castellanos.

A partir del último cuarto del siglo XVIII las capturas se van reduciendo, al tiempo que disminuyen también el número de embarcaciones y de marineros o mareantes, que tal era la denominación que entonces se les daba. Recibían este nombre los afiliados a la organización gremial denominada Matrícula de mar que permitía el ejercicio de la pesca. Los que no estaban inscritos en esta organización, pero que alternaban las labores agrícolas con la pesca, se llamaban en el lenguaje de la época terrestres, existiendo entre unos y otros una rivalidad por hacerse con los recursos del mar, que los agremiados reclamaban para sí. El marqués de La Ensenada reestructuró durante su ministerio (año 1748) la Matrícula de mar (creada por el ministro Patiño en el año 1737), prohibiendo la pesca a los terrestres. Este hecho concedía a los pescadores agremiados la explotación exclusiva del mar, pero a cambio debían prestar servicio en los buques de guerra del Estado desde los 17 hasta los 60 años. El masivo reclutamiento de pescadores para la Real Armada, junto con el veto impuesto a los terrestres, motivó el descenso en el número de embarcaciones, de marineros y de capturas. En consecuencia, los puertos de Foz, Burela y San Ciprián se sumieron en una crisis no solo pesquera sino también de la industria de salado. Las causas fueron varias: deficiencias en el aprovisionamiento de la sal –había que suministrarse en Ribadeo o en Viveiro, lo que ocasionaba gastos considerables–, el mal estado de los caminos y, sobre todo, la falta de articulación de los mercados gallegos. Los mareantes, entre guerra y guerra, se limitaban a pescar por cuenta de armadores que les compraban la práctica totalidad de sus capturas; comercializando ellos por su cuenta algunas partidas de pescado, aunque se trataba de unos excedentes muy escasos debido a la exclusión de parte del producto para los derechos señoriales y los impuestos reales.

La falta de brazos que realizaran las actividades pesqueras y el desabastecimiento de los mercados motivó que en toda Galicia, nombradamente en la provincia de Mondoñedo, que era la más afectada, se irguieran continuas peticiones al Gobierno para que levantara el veto impuesto a los terrestres. La reglamentación “se suavizó” por la Real Ordenanza de Matrículas de Mar de agosto de 1802 al fin de atenuar la escasez de marineros para la pesca con motivo de la Guerra de Independencia, autorizándose en 1805 la admisión de no matriculados.

 

Edad Contemporánea (sigles XIX-XX)

A mediados de los años treinta del siglo XIX Burela deja de ser un coto redondo para convertirse en una feligresía. En la lista de ayuntamientos de la provincia de Lugo publicada en 1835 figuran los ayuntamientos de Nois, que incluye la parroquia de Burela, y el de San Ciprián, que comprende las parroquias de Castelo, Cervo, Lieiro, Rúa, Sargadelos y San Román de Vilaestrofe. Estos dos ayuntamientos tuvieron una vida breve ya que en 1840 se llevó a cabo una nueva remodelación municipal de la provincia para dar lugar a la aparición de los municipios de Cervo y Foz. El primero absorbería las parroquias del desaparecido ayuntamiento de San Ciprián a las que se sumaba la parroquia de Burela dado que el ayuntamiento de Nois también desaparece. Sin embargo, los lindes definitivos entre ambos ayuntamientos no están de todo claros y surge la controversia por las feligresías de Santa María de Burela y San Pedro de Cangas, que fueron integradas en el ayuntamiento de Foz.

 

La decisión administrativa se hizo esperar hasta 1852 cuando la parroquia burelesa pasa a pertenecer definitivamente al ayuntamiento de Cervo1, aunque ya figuraba literalmente en el BOPLU desde marzo de 1845. No se dio ninguna variación desde entonces en cuanto a la superficie del término o al número de parroquias hasta finales del año 1994 en que la parroquia de Burela obtuvo la segregación del ayuntamiento de Cervo para constituirse en ayuntamiento propio.

En 1855 el ayuntamiento de Cervo no se libra de la epidemia de cólera, que estuvo presente en la península Ibérica a través de diversos brotes; uno de estos abarcó desde 1853 hasta 1856 siendo el más negativo de todos estos años el de 1855. Muerto el vicario de Burela, el párroco de Lieiro solicita un nuevo ecónomo que había unido a las virtudes sacerdotales, la robustez y agilidad tan necesarias en esas apremiantes circunstancias ya que todos los días se celebraban entierros en número de tres y hasta de cinco.

Respeto a la economía, Burela continuaba a ser labradora y marinera. Se cultivaba trigo, centeno, maíz, alubias, lino, cáñamo, cebada, patatas, legumbres y hasta se hacía un poco de vino. Destacaba el ganado vacuno y el caballar cruzado y por último, algunas colmenas. Había también dos molinos y muchos telares en los que se elaboraba lienzo, estopa, sayal, picote y mantelería. Como único servicio se contaba con una escuela primaria, mal dotada y costeada por los padres de los alumnos2.

Los marineros se dedicaban a la pesca de la sardina, del congrio y a los budiones, haciéndose al mar en lanchitas y botes a vela o de remos. Durante los años 1879, 1880 y 1881 la pesca de la langosta adquirió un importante protagonismo en los puertos del Cantábrico, llevándose a cabo entre los puertos de O Vicedo y Burela (en unas doce millas de costa marítima) y llegando a pagarse por cada pieza viva un mínimo de cinco reales. La prensa de la época se hizo eco de los graves perjuicios que ocasionaría esta pesca indiscriminada. Después de continuadas protestas, una orden del comandante de Marina del puerto de Ribadeo prohíbe la pesca de la langosta durante la época de cría (el mes de abril aproximadamente). El detalle anecdótico es que los pescadores locales “andaban a la langosta” única y exclusivamente para venderla a los franceses, puesto que en el mercado interno no tenía ninguna aceptación. En Burela, durante esta época, llegó a funcionar una cetárea dedicada exclusivamente a las langostas. Allí esperaban estos crustáceos la llegada de los balandros franceses.

Las embarcaciones locales anclaban al abrigo de unos escollos naturales que sobresalían del mar, al inicio de la playa. Cuando los temporales se intensificaban contra la costa, los marineros para proteger sus embarcaciones, tenían que rebosarlas en la playa. Ante la carencia de un refugio permanente y seguro, sus propietarios optaron por llevarlas a invernar a los puertos naturales de Foz y de San Ciprián, abrigados de por sí, la diferencia del de Burela que estaba muy metido en el mar abierto. Habrá que esperar hasta el primer tercio del siglo XX para la construcción del puerto, pero lo importante era que la base marinera de nuestra villa ya estaba sembrada.

Tras el cierre de las Reales Fábricas de Sargadelos, en 1875, en Burela continúa la extracción de caolines locales que posteriormente se exportaban a Gijón y Sevilla. Otra actividad importante desde finales del s. XIX y hasta la década de los años 20 fue la carga y transporte de puntales, dado que cada ocho o quince días, barcos procedentes de Avilés y Gijón anclaban en la playa de O Cantiño para cargar madera. Se trataba de barcos de casi 300 toneladas, y que llevaban diez o doce carros de madera. El sistema de trabajo era el siguiente: desde la Granda de Canel hasta el Cantiño la madera se traía en carros arrastrados por bueyes, una vez allí, las mujeres se encargaban de llevar el puntal hasta la playa donde esperaban otros hombres metidos en el agua hasta la cintura, para cargar el barco.

A comienzos del siglo XX se asienta en Burela una burguesía industrial foránea que se hace cargo de la explotación del caolín: vascos ( C. Guisasola, R. Jaureguízar) y catalanes (los hermanos Cucurny, R. Farré). También foránea es la burguesía ligada a las fábricas de salazón y conserva: italianos (empresa Palazzolo) y asturianos (la firma Bravo).

Pero la década que significó el despunte económico y demográfico de esta parroquia fue la de 1950. Lo primero vino ligado al desarrollo del sector pesquero, que empieza ahora a demandar puestos de trabajo y a generar pequeñas industrias y comercios. Mientras que lo segundo, puede considerarse cómo causa y a la vez consecuencia del anterior, como así lo prueban los datos sacados de los padrones: en 1955 contaba Burela con 1.530 habitantes, que pasaron a ser 1.887 en tan sólo cinco años (1960).

Siempre en relación con el mar, como es debido a una parroquia marinera, la década de los cincuenta trajo con ella los primeros barcos a motor que fueron el “ Llave de la Vida”, el “María Irene” y el “Monte Ogoño”. Se conceden préstamos para la construcción de nuevas embarcaciones de este tipo como el “Nuevo Piñeiro” y el “ Virgen de Luján”, que van a ser propulsados con un motor de gas-oil de la marca Juaristi. De este modo, en el año 1958 se constatan en el puerto de Burela treinta barcos a vapor y treinta y siete lanchitas a motor. Una prueba del desarrollo pesquero burelés nos lo ofrece la evolución del número de marineros registrados en los padrones municipales, que pasa de 153 en 1928 a 277 a mediados de los cincuenta, coincidiendo también con la instalación de varias conservas de pescado, de preparación de anchoas, un despacho de sal y varios comerciantes de pescado3. Esta línea de progreso no finalizó con la década sino que se amplió en las dos siguientes, aprovechando la buena coyuntura reinante.

 

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:

  • Baliñas Pérez, C y González Paz, C.La. (2017). “Del castro al puerto: la villa de Burela y los orígenes del poblamiento medieval del litoral cantábrico gallego” en España Medieval, nº 40, pp. 375-407.
  • Freán Campo, La. (2017-18). “Él nacimiento del urbnaismo castreño y la configuración de un nuevo pensamiento simbólico” en Estudios Humanísticos. Historia, nº 16, pp. 13-31.
  • Pena Domínguez, R. ((2004). Burela. Apuntes históricos y crónica de él siglo XX, Diputación de Lugo.
  • Suárez Mesías, Lo. (2011). Memoria del oficio del mar en Burela. Ayuntamiento de Burela.

 

NOTAS AL PIE:

1 Véanse las Actas de la Diputación Provincial de Lugo, años 1840-1852. FARIÑA JAMARDO, X., Los ayuntamientos gallegos, T.III, “El ayuntamiento de Cervo”, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1993, px. 273-286. Según datos de este autor la superficie del ayuntamiento de Cervo era de 81,1 km2, inferior al promedio de los ayuntamientos gallegos (93,97 km2) y también a los del resto de la provincia lucense (150,93 km2) mientras que las entidades con mayor población eran por este orden, Burela, San Ciprián y Cervo, constituida esta última en capital municipal.

2 MADOZ, Pascual, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Ed. facsímil, Santiago, 1986.

3 Según la Matrícula Industrial de 1950 había en Burela, 18 industrias, 17 comerciantes y 9 actividades vinculadas al sector servicios.